La ultima Guía para Oracion A San Francisco De Asis Para Animales Perdidos

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Y según iba sanando el cuerpo, iba asimismo curándose el alma; con lo que el leproso, al ver que comenzaba a curarse, empezó a sentir gran compunción de sus errores y a llorar amarguísimamente; y de este modo, conforme se iba curando el cuerpo, limpiándose de la lepra por el lavado del agua, por dentro quedaba el alma limpia del pecado por la contrición y las lágrimas. San Francisco, impulsado por el celo de la fe de Cristo y por el deseo del calvario, pasó una vez al otro lado del mar con 12 compañeros suyos muy beatos con intención de ir derechamente al sultán de Babilonia. Llegaron a un país de sarracenos, donde los pasos fronterizos estaban guardados por hombres tan atroces, que ningún cristiano que se aventurase a atravesarlos podría salir con vida; pero plugo a Dios que no murieran, sino que fueran presos, apaleados y atados, y luego conducidos a la presencia del sultán. Enfrente de , San Francisco, bajo la guía del Espíritu Beato, predicó tan divinamente la fe de Jesucristo, que para demostrarla se ofreció a entrar en el fuego. Quedó ahuyentado al verse popular por el Padre santo, declaró todo el veneno de su rencor, reconoció su culpa y pidió humildemente penitencia y misericordia. Hecho esto, cuando fue absuelto del pecado y recibió la penitencia, rápidamente huyó el demonio frente San Francisco.

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De ahí que afirmaba de San Francisco que el hermano Rufino había sido ya canonizado en vida por Jesucristo y que él no dudaría, excepto enfrente de , en llamarlo «San Rufino» aun estando vivo en la tierra. ¿A qué viene macerarte con penitencias y rezos, si no andas predestinado a ir a la vida eterna? Créeme, sé realmente bien a quiénes he escogido y predestinado, y no creas a ese hijo de Pedro Bernardone si te afirma lo contrario. Y no le preguntes sobre esto, por el hecho de que ni ni ningún otro lo sabe, sino más bien , que soy el Hijo de Dios. Créeme, pues, si te digo que eres del número de los condenados; y el hijo de Pedro Bernardone, tu padre, como también su padre, están condenados, y todos y cada uno de los que le siguen están engañados. Cuánta felicidad otorga Dios frecuentemente a los pobres evangélicos que abandonan el mundo por amor de Cristo, lo revela la situacion del hermano Bernardo de Quintavalle, el que, desde el momento en que tomó el hábito de San Francisco, era con mucha frecuencia arrebatado en Dios al contemplar las cosas celestiales. Y el hermano Ricerio sirvió a los hermanos con devoción y lealtad, viviendo en gran santidad y humildad; disfrutó de gran familiaridad con San Francisco, quien le confió muchos secretos.

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Alma piadosa que en vida auxilió a los menos afortunados, Oh san Francisco de Agarráis que alcanzó la esa de nuestro señor Jesucristo. que fuiste merecedor de las considerables recompensas y regalías de la Muy santa madre María, como obsequio por tu colosal y profunda distribución de amor hacia ella, te suplico que le solicites que me resguarde y cuide. Seráfico san Antonio de Padua, llena mi vida de calma y dicha, mándame algo de tu caridad y bondad, haz que sepa ser mejor persona y no olvide tender una mano a quienes lo precisen, que tu ejemplo sea quien guíe mis pasos y el cariño que sentiste cara Dios Padre, hijo y Espíritu santo sea el que me acompañe en mis caminos. San Francisco, hermano, amigo, el santurrón pero amante del sagrado Corazón de Jesús y favorecido con la señal de sus Sagradas Llagas en tu cuerpo, deseamos invocar tu protección sobre y solicitarte que supliques a Dios Todopoderoso, padre, Hijo y Espíritu Beato, a fin de que alivie nuestras penas y nos mande sus bendiciones. Glorioso San Francisco, Santo de la simplicidad, del amor y de la alegría. En el cielo contempláis las perfecciones infinitas de Dios.

Esperadme aquí en el camino, que yo voy a predicar a mis hermanitos los pájaros. Se internó en el campo y comenzó a predicar a los pájaros que estaban por el suelo. Al punto, todos los que había en los árboles asistieron al lado de él; y todos juntos se estuvieron quietos hasta el momento en que San Francisco acabó de predicar; y no entonces se marcharon hasta el momento en que él les dio la bendición. Y, según refirió después el hermano Maseo al hermano Santiago de Massa, aunque San Francisco andaba entre ellos y los tocaba con el hábito, ninguno se movía. En los inicios de la Orden, se encontraba una vez San Francisco reunido con sus compañeros en un eremitorio comentando de Cristo; en esto, impulsado por el furor de su espíritu, mandó a uno que, representando a Dios, abriera la boca y charlase de Dios como el Espíritu Beato le inspirase.

Dicho esto, se puso en oración en un lugar donde podía ser visto de aquel hombre cortés. Y plugo a Dios que, mirando este a una y otra parte, viese a San Francisco, que se encontraba en oración devotísima delante de Cristo, que se le había aparecido en medio de una grande claridad mientras que oraba, y se encontraba allí delante. Y vio de qué manera San Francisco permanecía alto corporalmente de la tierra por largo espacio de tiempo.

San Francisco de Agarráis, es el patrono de los animales, veterinarios y ecológicas, a quien todas las especies de animales, tenía el don que lo escuchaban, las golondrinas en el momento en que lo visualizaban lo seguían en grupos formando una cruz en los espacios donde el santurrón enseñaba la palabra de Dios. Este beato consideraba a todos y cada uno de los seres vivos como sus hermanos, quien tuvo el don y habilidad de charlar con los animales, y sermonear a las aves.

En aquel mismo capítulo tuvo conocimiento San Francisco de que muchos hermanos llevaban cilicios y argollas de hierro a raíz de la carne, lo que era causa de que muchos enfermaran, llegando ciertos a morir, y de que otros se hallaran impedidos para la oración. Llevado, por ende, de su gran discreción paternal, ordenó, por santa obediencia, que todos los que tuvieran cilicios o argollas de hierro se los quitasen y los trajeran enfrente de él. Y se contaron hasta quinientos cilicios de hierro, y mayor número de anillas, que llevaban en los brazos, en la cintura, en las piernas; en tal cantidad, que se formó un gran montón; y todo lo hizo dejar allí San Francisco. Al llegar y ver que no había tal fuego, entraron al interior y encontraron a San Francisco con Santa Clara y con todos y cada uno de los compañeros arrebatados en Dios por la fuerza de la contemplación, sentados en torno a aquella humilde mesa. Con lo que se convencieron de que se trataba de un fuego divino y no material, encendido milagrosamente por Dios para manifestar y representar el fuego del amor divino en que se abrasaban las almas de aquellos beatos hermanos y de aquellas santas monjas. Y se volvieron con el corazón lleno de consuelo y santamente edificados. Santa Clara, adjuntado con los demás, bien refocilados con el alimento espiritual, no se cuidaron mucho del manjar corporal.

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